miércoles, marzo 12, 2008
Carta abierta de un laico católico al Rabino Sergio Bergman
Buenos Aires, 13 de febrero de 2008
Querido Rabino Sergio Bergman:
Me refiero al artículo suyo del 8 de febrero de 2008 (1), como simple católico muy interesado en el diálogo inter confesional, y espiritualmente muy cercano a la religión judía. Me permito escribirle estas líneas con un espíritu más que constructivo. Y aunque hago estas reflexiones desde lo que entiendo la ortodoxia de la Iglesia Católica, entiendo, creo y espero que si buscamos la verdad con recta razón, daremos muchas vueltas quizás pero llegaremos algún día, Dios mediante, a un lugar compartido común, desde el lugar compartido hoy, en el que obvio es destacarlo, tenemos diferencias.
Para eso nada mejor que comenzar por invocar y "aclamar el nombre de Yahveh" porque "El es la Roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia. Es Dios de la lealtad, no de perfidia, es justo y recto." (Deuteronomio 32 3-4). En efecto, "N
o hay Santo como Yahveh, ni roca como nuestro Dios. " (I Samuel 2,2).
Puesto que Yahveh "es el Dios verdadero, el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos" (Deuteronomio 7,9) vayamos al encuentro de Salomón y volvamos a oírlo con atención cuando decía: "¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construido!" (I Reyes, 8).
Tenemos mucho en común más que el "tronco común judeocristiano". A mi me resulta claro y evidente que compartimos la fe en el mismo Padre, el mismo y único Dios: el "Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" y que somos en ese sentido hermanos en la fé. Pero solo el amor, será la virtud teologal que sobrevivirá a la fe y a la esperanza puesto que permanecerá cuando todos los humanos conozcamos la verdad que habremos buscado y esperado. Por lo tanto es importante -como usted señala- poner al amor en un plano destacado con respecto a la "erudición". Pero la búsqueda de la verdad, que nos hará libres a todos, requiere tambien del raciocinio.
Sería fácil la inútil confrontación apelando simplemente a los textos compartidos del Antiguo Testamento en los que se califica con duras palabras la conducta del pueblo hebreo, antes del nacimiento de Jesús. No avanzaré por ese camino, ni por otros que llevan directamente a la discusión estéril -que no busco- o al aún más fácil de la descalificación o el agravio, que tan funestas consecuencias produjera en el pasado. No dejaré de afirmar sin embargo, que las duras calificaciones divinas que hizo Dios a su pueblo, se refieren también por extensión a la dureza de los corazones de todos los hombres, por su resistencia en aceptar el regalo que El mismo nos hizo revelándose de un modo expreso y directo, y eligiendo de un modo previlegiado al pueblo hebreo, y en el a toda la humanidad. En ese sentido el idioma utilizado para las oraciones que desde hace siglos empleamos en la Iglesia, no utilizan adjetivos mas fuertes que los que el mismo Dios ha inspirado a los redactores de los libros sagrados, que los mismos judíos utilizan y utilizaron durante siglos.
Quiero sin embargo "defender" desde mi humilde y personal punto de vista lo que para mí es quizás lo mas importante, y tratar de "explicar" que al nosotros creer que ya se ha realizado la venida de Jesucristo, el Hijo de Dios, al mundo, no podemos sin traicionar el mandato evangélico dejar de "evangelizar" publicamente y por supuesto de rezar por la conversión de la humanidad –incluyendo a nosotros mismos- y con lugar y dedicación preferencial, hacerlo por la conversión del pueblo judío. Y eso es para nosotros importante, porque creemos firmemente que -diciéndolo en términos terrenales- Dios estaría encantado con la conversión del pueblo judío, como no me cabe la menor duda que lo está con el acercamiento que se está produciendo y en el que como bien dice usted debemos avanzar para
"poder ir hacia el futuro que es justamente donde nos encontraremos con el mismo Mesías".
Juan Pablo II "de bendita memoria" como señala con afecto en su escrito, nos diría una vez más si viviera: "No tengáis miedo". Y para no tener miedo debemos rezar a nuestro Dios, para que nos ilumine en este largo y difícil camino.
Yo lo hago. Y utilizo con frecuencia un libro de "Oraciones de un corazón israelita" del que extraigo esta invocación "apostólica" a favor de la fe de Abraham en la fiesta de Kipour (Ethan): "Siempre listo a ejecutar tus órdenes, a invocar tu santidad, a ejercer la hospitalidad en tu nombre y a hacer conocer al extranjero que tu solo, tu eres Dios" y esta otra de las vísperas de Kipour: "...haré violencia a toda falsa vergüenza, humillaré mi orgullo para calmar mis adversarios. Pero antes perdonaré, a mi vez a todos aquellos de los que he recibido injurias y a los que me han ofendido; ningún resentimiento sobrevivirá contra ellos en mi corazón. Más aún, si la ocasión se presenta, sin fasto y sin orgullo les devolveré, según tus mandamientos, el bien por el mal y les tenderé una mano segura".
Rezar es hablar con Dios. Y cuando uno reza, utiliza las fórmulas que convienen a aquello que se le quiere decir a Dios. Y Benedicto XVI seguro ha buscado las fórmulas más adecuadas para lo que quiere que le pidamos. Lo importante en mi opinión, es que el encuentro que deseamos y buscamos con nuestros hermanos mayores adquiere el sentido mas elevado si es un encuentro con Dios, por Dios y en Dios, para ser sus testigos mientras estemos en la tierra: "Vosotros sois mis testigos - oráculo de Yahveh - y mi siervo a quien elegí, para que me conozcáis y me creáis a mí mismo, y entendáis que yo soy: Antes de mí no fue formado otro dios, ni después de mí lo habrá." (Isaías, 43 10).
Ora et labora, en ese orden. Judíos y cristianos estamos unidos en el único Dios, y al único Dios nos dirigimos con nuestra oración: ¡Escucha Israel, el Eterno nuestro Dios, el Eterno es UNO! (¡SHEMA ISRAEL, ADONAI ELOHÉNOU, ADONAI ECH'AT!) (... y Trino con el Hijo y el Espíritu Santo). Y lo que pedimos los catolicos al único Dios cuando le pedimos la conversión del pueblo judío, no es "ritual" o "solo formal". Se lo pedimos creyendo y esperando: con fe y esperanza. Y es bueno que no lo ocultemos. "Con la verdad no ofendo ni temo". Del mismo modo que tambien pedimos por nuestra propia conversión, puesto que no se trata de "pertenecer" a la Iglesia como se pertenece a un club...
No puedo dejar de resaltar aquí algunos momentos muy "visuales" de la historia sagrada en los que Dios se manifiesta y que -para mi- están unidos por un lazo invisible que atraviesa el tiempo, y que quizás sería el lazo que llamaría de la contemplación de la "transfiguración", en el que el Dios Todopoderoso y Eterno se hace "visible" de un modo especial y único al hombre creado y llamado a compartir la eternidad, elevando su percepción y dándole una primicia de lo que será su Reino, cuando todo este mundo no sea más que historia y un recuerdo. Ese lazo espiritual le da para mi en un modo muy palpable y especial, "unidad visual" al mensaje de las escrituras, del Antiguo y Nuevo Testamento.
Uno de esos momentos es el de la propia "Transfiguración" de Jesus, cuando toma "consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. "(Mateo 17) Otro momento, anterior en el tiempo es cuando el mismo Elías sube al cielo: "Mientras caminaban conversando (Elías y Eliseo) , un carro de fuego con caballos de fuego se colocó entre ellos, y Elías subió al cielo en un remolino" ( 2 Reyes, 2, 11)
Al mismo Moisés se le manifestó de un modo extraordinario cuando "El ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza" y "cuando vio Yahveh que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza ..." (Éxodo 3)
La última imagen –no en el tiempo- es la de Ezequiel: "Vi luego como el fulgor del electro, algo como un fuego que formaba una envoltura, todo alrededor, desde lo que parecía ser sus caderas para arriba; y desde lo que parecía ser sus caderas para abajo, vi algo como fuego que producía un resplandor en torno, con el aspecto del arco iris que aparece en las nubes los días de lluvia: tal era el aspecto de este resplandor, todo en torno. Era algo como la forma de la gloria de Yahveh. A su vista caí rostro en tierra y oí una voz que hablaba." (Ezequiel, 1 27-28)
San Pablo, que nos afirma que «si la raíz es santa, también las ramas» (Rm 11, 16s) también fue iluminado en su conversión. El capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, nos narra su conversión: " Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?". El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: "Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate; entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás que hacer". Y se sumo a partir de allí a los "pescadores de hombres" ... Forma parte inseparable del ser católico el seguir, cada uno a su manera, ese camino. Y
Cristo nos mostró ese camino, como a Simón Pedro y a Andrés "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".(Mateo 4:19)
Esas visiones tienen muchos elementos comunes que me hacen intuir que el "terreno común" de encuentro es mucho más profundo y amplio que lo que mi limitado lenguaje puede expresar, mucho mas allá de que lo que mis escasos conocimientos me proporcionan,. Y en ese terreno sagrado, y como tal, lugar de oración y de contemplación, es Dios mismo el que particularmente nos va dando el regalo de la verdad que nos trasciende y a la que estamos llamados judíos y cristianos.
En un terreno mas "científico" el gran Viktor Frankl muestra ese "terreno" en sugerente frase: "solo un cuerpo transfigurado sería representativo de la persona espiritual; el cuerpo del hombre "caído", sin embargo, representa un espejo roto y por eso deformador" (Logoterapia y Analisis Existencial, p. 87).
Mientras escribo estas líneas, la realidad de los hechos me muestra que mientras divago, "pasan cosas allá afuera"; recibo de un grupo al que estoy vinculado el siguiente mail:
Lunes, Febrero 11, 2008. "Me uno a la Iglesia católica en la vigilia de Pascua. He sido una educadora judía que he servido como profesora, Vice-principal y Principal en mi comunidad. No siempre fue fácil. Tuve que dejar mi profesión y esperar el día en que pueda enseñar otra vez y encontrar mi lugar en la iglesia. Pido sus rezos sobre mi continuado viaje. Las lágrimas emanaron de mi alma cuando mi líder del RCIA (Rito de iniciación cristiana para adultos) trajo mi denominación firmada por el Obispo Rhoades. Lo relaciono con Santa Teresa Benedicta de la Cruz y desde luego he escogido su nombre para honrar su memoria. Solo que no puedo lograr una respuesta en cuanto a si seré Teresa o Edith. Muchas gracias. Suya en Cristo. Mindy." ¿Cómo puede un católico no rezar por la conversión de todos y particularmente de los judíos, respetando a las personas?. Yo lo hago casi cotidianamente al leer las "compartidas" escrituras del Antiguo Testamento y los Salmos, que forma parte de la liturgia de nuestra Misa... Y yo soy un simple católico más ...
Querido Rabino, espero no haber sido latoso, sino constructivo. Creí entender en una conferencia reciente suya para el Movimiento de Schoenstatt de Argentina (en el Colegio de escribanos) que afirmaba usted que podría darse que al final de los tiempos, la próxima venida del Mesías podría ser para nosotros la segunda venida y para ustedes la primera, pero tratarse del mismo Mesías. Rezo para que esa verificación la realicemos juntos mucho antes...
Atentamente suyo.
Pablo López Herrera
plopezherrera@gmail.com
Ps:
(1) El artículo del Rabino Sergio Bergman:
Rabino Sergio Bergman: Jesús nos re-une en lo que Cristo nos separa
9/2/2008
AJN.- Columna especialmente escrita para la Agencia Judía de Noticias, a propósito de una modificación realizada por el Papa Benedicto XVI a una plegaria que en su texto hacía referencia a la "ceguera" de los judíos ante Cristo.
Juan Pablo II, de bendita memoria, enseñó que debemos estar juntos para rezar, que no es lo mismo que rezar juntos. Es decir que compartir lo común no puede ser a expensas de dejar de ser lo que cada uno es. Y para comunicarse con el mismo Dios, que es padre de todos sin distinción, no debemos utilizar formulas universales, neutrales o sincréticas sino las propias, singulares y auténticas en función de la propia fe que, sin oponerse a otras, no son homologables ni equivalentes.Son los valores y la vocación de oír la voz de Dios lo que nos motiva a la construcción social y cultural de los símbolos y rituales que expresan en instituciones religiosas y prácticas sagradas cómo cada tradición entiende la revelación y redención de lo humano por obra de lo divino.Benedicto XVI tiene la contundencia y claridad axiológica de un teólogo alemán que, fiel al dogma de su iglesia, ha profundizado la recuperación de la liturgia y la práctica más conservadora en el ritual, pero que no se desvía en destino y visión de aquello que él mismo construyó y colaboró a desarrollar en la obra de su predecesor.Por cierto, no ha heredado su habilidad pedagógica e instinto diplomático para encontrar la oportunidad y la forma de explicar qué es lo que lo motiva a legislar estas fórmulas más raigales, pero aun así no es justo, oportuno ni apropiado juzgarlo o prejuzgar que esto implique un cambio en el camino fructífero del dialogo judeocristiano.
La incorporación de la oración por los judíos en el Viernes Santo no es un retorno pre-conciliar sino la consecuencia natural de una revisión de las formas rituales. Al mismo tiempo, es justo y necesario recordar que hemos madurado en el diálogo y encuentro judeocristiano de una forma irreversible por obra de muchos, por el trabajo de más de cuarenta años del Concilio Vaticano II y por la encarnación de los gestos de un grande como fue Juan Pablo II al ingresar a la sinagoga de Roma; expresar el pedido de perdón por las omisiones de la Iglesia Católica frente a la Shoá como el reconocimiento en los judíos de sus hermanos mayores.Benedicto XVI no intenta revertir estos pasos históricos y un punto de inflexión en la historia de desencuentros de dos mil años. Pretende, entiendo, que hablemos sinceramente ya no sólo de lo que nos une en el tronco común judeocristiano sino de aquello que nos diferencia en las dos ramas de dos religiones hermanas pero distintas.Decirlo con claridad no debe implicar atentar contra el diálogo y el avance del encuentro. No será la primera vez que los fieles, consolidando un nuevo tiempo, puedan también iluminar a sus líderes tanto como ellos lo hacen con sus seguidores.Aquellos que trabajamos y vivimos espiritual y existencialmente en el diálogo interreligioso tampoco alentaremos a aquellos que intenten separar cuando afirmamos que seguiremos unidos aún en nuestras diferencias, las que no ocultamos, lamentamos ni mucho menos dejamos de afirmar y celebrar como la riqueza del otro en el encuentro, senderos alternativos de un mismo camino que es el encuentro con Dios y con los hombres.Benedicto XVI ha explicitado lo que parece nuevo y al mismo tiempo regresivo y es, en realidad, obvio y constituyente de la fe cristiana.En mi opinión, la oración por los judíos que ha sido debidamente rectificada de los adjetivos degradantes que sostuvo la iglesia católica durante siglos de calificarnos como "pérfidos" o "malvados" afirma lo que ya todos sabemos, pero no siempre decimos:
Estamos unidos en el Jesús judío y claramente distanciados en Cristo, el Rey Mesías que para nosotros los judíos aun no llegó, de quien esperamos con fe completa su pronta llegada.Así de claro es, que cuando la cristiandad afirma en Jesús al Cristo, lo proclama salvador no sólo de cristianos sino de toda la humanidad y se encomienda a sí misma a hacer iglesia y evangelizar en nombre de la buena nueva a que todos sin excepción se unan y sumen a esta afirmación de fe en Cristo como verdad salvadora y redentora.Cristo resucitado, que es en definitiva la conmemoración de la liturgia en cuestión del Viernes Santo, viene a presentarse como hijo del Dios vivo que, una vez sacrificado como cordero en expiación de los pecados de la humanidad, viene a anunciar el reino de los cielos, en la medida en que todos asuman en esta verdad hacer llegar lo mesiánico a nuestros días y por lo tanto por esta vía asegurar su nuevo retorno, el posterior a su resurrección, que será el advenimiento definitivo del reino de Dios.Nada en absoluto que difiera con lo que la tradición judía plantea con la llegada del Mashiaj, que dado que aún no vino, estamos dedicados a hacer lo necesario para que llegue pronto y en nuestros días, en el camino de la Torá y de las Mitzvot, es decir el pacto con la alianza eterna de Dios con el pueblo de Israel que recibimos en manos de Moisés.Lo común que compartimos es lo mesiánico, lo que nos diferencia y nos excluye amorosa y pacíficamente a dos mundos teológicos, rituales, simbólicos, culturales e institucionales es ni más ni menos que para los judíos el Mesías no llegó y rezamos para que venga, y que los cristianos lo han recibido en Jesús proclamado Cristo y esperan, rezan, misionan y trabajan para que todos lo acepten, lo afirmen y crean en él como Mesías.Debo explicitar aquí una vez más que esto incluye no sólo a los judíos de entonces, del tiempo de Jesús, sino también de nuestros días.¿Deberían ofenderse los cristianos al escucharnos rezar en hebreo diariamente (no solo en pascua) por la llegada del Mesías, negación implícita y contundente que Cristo no lo fue?
¿Debemos los judíos instalarnos en el pasado de ser las victimas permanentes de una historia que sin olvidar ni perdonar debemos reconciliar para poder ir hacia el futuro que es justamente donde nos encontraremos con el mismo Mesías?Entiendo entonces que debemos poner esta oración en latín del Viernes Santo en el mismo lugar donde se encuentran otras oraciones en hebreo de nuestra liturgia. Patrimonio de lo que fue, no necesariamente de lo que será.Debemos entender y aceptar que esta pretensión ritual y sólo formal de que los judíos acepten a Jesús como Mesías debe ser tan amorosamente entendida, en el marco del diálogo y el encuentro de las diferencias irreductibles de nuestras diferentes religiones, como al mismo tiempo amorosamente rechazada en la autenticidad judía, por la cual no aceptamos tal invitación y devolvemos la intención de la oración para que juntos trabajemos no en confrontar sobre quién es el Mesías sino en cómo hacer que el mundo sea una porción de cielo y vivamos lo mesiánico en el encuentro como hermanos que, diferentes, seamos parte de una misma familia, la de ser definitivamente humanos.Para dirimir esta confrontación teológica propongo menos erudición y más amor. Lo realmente relevante no es si el Mesías llega por vez primera o regresa, lo que sí es relevante y revelador del mismo Dios es que lo hagamos todos juntos aparecer entre nosotros.Sólo entonces en el final de los tiempos, y cuando vivamos en la tierra en el reino de los cielos, sabremos en hebreo o en latín cuál de las dos religiones tenía razón.
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