3 julio 2010
Decía Chesterton que lo que anda mal en el mundo es que el mundo no se da cuenta que anda mal. Si hubiera vivido estos tiempos en que con naturalidad se intenta legislar en contra de la naturaleza misma del hombre, seguramente hubiera agregado que el mundo no se da cuenta que ahora anda peor que cuando andaba mal…
Efectivamente parece un desvarío social estar discutiendo sobre lo la naturaleza del hombre y de la mujer y sobre lo que es el matrimonio. Luego de la experiencia de cientos de millones de matrimonios transmitiendo la vida, las tradiciones, las costumbres… en este siglo XXI se intenta redefinir la “identidad sexual” y la misma célula de la vida social, y convertir a la ley promulgada por el estado, la ley positiva, en la expresión de una inventada ley no natural o antinatural, no impresa en la naturaleza humana, por lo tanto injusta y malvada, por lo tanto sin las condiciones que naturalmente deben cumplir las normas positivas, esto es expresar la ley natural para poder ser justas y buenas.
El problema se inscribe en una lenta, pausada e ininterrumpida sumatoria de cambios sociales que se introducen bajo una máscara de modernización que de hecho es la retrogradación y degeneración de las instituciones. Este es solo un paso más y este me parece ser el marco de referencia para tratar el tema, al que muchos personajes no le atribuyen la gravedad suficiente como para molestarse. A ellos, Shakespeare los definiría como los “que en nuestra corrompida edad son estimados, únicamente porque saben acomodarse al gusto del día, con esa exterioridad halagüeña y obsequiosa. Y con ella tal vez suelen sorprender el aprecio de los hombres prudentes; pero se parecen demasiado a la espuma; que por más que hierva y abulte, al dar un soplo, se reconoce lo que es: todas las ampollas huecas se deshacen, y no queda nada en el vaso.” (Hamlet, Escena 5, acto 6)
Si se analiza “la película “en nuestro país, habría que ir a Roca con las leyes de Educación Común, la creación del Registro Civil, y el Matrimonio Civil obligatorio, que levantaron polvo en su momento y hoy nadie discute.
Hipertrofia del estado y laicismo
En mi opinión, la sinrazón del llamado “casamiento gay” se comprende fácilmente a la luz del desarrollo hasta la hipertrofia del estado, impulsado por los enceguecidos iluminados que desde el siglo XVI en adelante no cejan en su afán demoníaco de pretender que el mismo estado se convierta en el dueño de cuerpos y almas, en lugar de ocuparse de dirigir la sociedad y legislar para que los ciudadanos puedan vivir virtuosamente y persigan el bien común. Los estados cada vez más hipertrofiados y absolutos solo terminan reconociendo a sus súbditos el deber de obedecer lo que ellos deciden ser bueno y justo, y este es un caso más.
Si bien es cierto que lo bueno y justo debe ser perseguido autónomamente respecto de la Iglesia, ello debe hacerse respetando el orden natural y el sobrenatural en una sana y recta laicidad “que, por una parte, reconozca a Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida humana, individual y social, y que, por otra, afirme y respete "la legítima autonomía de las realidades terrenas", entendiendo con esta expresión -como afirma el concilio Vaticano II- que "las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente" (Gaudium et spes, 36)..” Benedicto XVI, La Laicidad, Extracto del discurso a los juristas católicos, 9 de diciembre, 2006
Ya Alberdi intentaba fijar los límites a ese poder absolutista: “ninguna mayoría, ningún partido o asamblea tiene derecho para establecer una ley que ataque las leyes naturales... la voluntad de un pueblo jamás podrá sancionar como justo lo que es esencialmente injusto”.
Lo que decía Esteban Echeverría se aplica también en los estados hipertrofiados donde el egoísmo impera en gobernantes y gobernados –que es el caso de la ley que se pretende imponer- : "Los tiranos y egoístas fácilmente ofuscaron con su soplo mortífero la luz divina de la palabra del Redentor y pusieron, para reinar, en lucha al padre con el hijo, al hermano con el hermano, la familia con la familia. Ciego el hombre y amurallado en su yo creyó justo sacrificar a sus pasiones el bienestar de los demás, y los pueblos y los hombres se hicieron guerra y se despedazaron entre sí como fieras (...) El egoísmo es la muerte del alma. El egoísta no siente amor, ni caridad, ni simpatía por sus hermanos. Todos sus actos se encaminan a la satisfacción de su yo; todos sus pensamientos y acciones giran en torno de su yo; y el deber, el honor y la justicia son palabras huecas y sin sentido para su espíritu depravado. El egoísmo se diviniza y hace de su corazón el centro del universo. El egoísmo encarnado son todos los tiranos.”
En otros tiempos, por lo menos los que propugnaban el absolutismo estatal definían con más claridad en sus intenciones.
Por ejemplo Manuel Azaña expresaba en la España anterior a la guerra civil en ocasión de los debates sobre la que sería la constitución de diciembre de 1931 los que entendía ser los problemas de la época: “Estos problemas, a mi corto entender, son principalmente tres: el problema de las autonomías locales, el problema social en su forma más urgente y aguda, que es la reforma de la propiedad, y este que llaman problema religioso, y que es, en rigor, la implantación del laicismo del Estado con todas sus inevitables y rigurosas consecuencias.”
Y para “resolver” el problema religioso, decía Azaña: “Nosotros tenemos, de una parte, la obligación de respetar la libertad de conciencia, naturalmente, sin exceptuar la libertad de la conciencia cristiana; pero tenemos también, de otra parte, el deber de poner a salvo la República y el Estado.” Y en el dilema, la solución era simple para Azaña: “Lo que hay que hacer -y es una cosa difícil, pero las cosas difíciles son las que nos deben estimular-; lo que hay que hacer es tomar un término superior a los dos principios en contienda, que para nosotros, laicos, servidores del Estado y políticos gobernantes del Estado republicano, no puede ser más que el principio de la salud del Estado.” Discurso laico de Azaña octubre 1931: “España ha dejado de ser católioca”
Los estados hipertrofiados tienen fin
Martin van Creveld, en un libro que me parece esencial para comprender la historia del estado moderno surgido del iluminismo desde sus inicios hasta su decadencia, describe su desarrollo, su apogeo durante las dos guerras mundiales, y su expansión desde Europa occidental hasta cubrir el mundo, estima que declinará por la mera imposibilidad de abarcar en la práctica todo lo que pretende absorber, y que sus funciones serán asumidas por diferentes organizaciones. (Martin van Creveld, The Rise and Decline of the State Cambridge University Press - 1999).
Por lo que en algún momento las cosas cambiarán. Como siempre, el problema es el mientras tanto…
El problema de fondo para los cristianos: laicismo o laicidad
El hombre constituye una unidad. No es cristiano para la Iglesia y laico para el estado. Los ataques al orden natural, son ataques al orden creado y querido por Dios y esta es la razón superior para intervenir en el debate. Si el ámbito de la ley y del estado no afectara al orden creado y querido por Dios no habría que darle importancia. Pero por supuesto que lo hacen. ¡Vaya un padre a protestar a una escuela donde se le enseñe a su hijo que en realidad debe elegir entre seis géneros y no que debe vivir con aquel que le tocó en suerte! ¡Vaya un maestro o profesor a mencionar a Sodoma y Gomorra como ejemplos a no seguir! ¡Vaya a afirmar que ese actor de la televisión que se viste como mujer y se ha implantado un par de prótesis tiene en realidad el mismo sexo que un levantador de pesas, y que su “elección” es desordenada e inmoral!
El debate no es local.
Decía Nicolás Sarkozy en un discurso que pronunció en Roma en diciembre pasado: "Ya nadie contesta que el régimen francés de la laicidad es hoy una garantía de libertad: libertad de creer o de no creer, libertad de practicar una religión y libertad de cambiar, libertad de no ser herido en su conciencia por prácticas ostensibles, libertad para los padres de dar a los hijos una educación conforme a sus creencias, libertad de no ser discriminado por la administración en función de su creencia. La laicidad se presenta como una necesidad y una oportunidad. La laicidad no debería ser la negación del pasado. No tiene el poder de desgajar a Francia de sus raíces cristianas. Ha tratado de hacerlo. No hubiera debido. Una nación que ignora la herencia ética, espiritual, religiosa de su historia comete un crimen contra su cultura, contra el conjunto de su historia, de patrimonio, de arte y de tradiciones populares que impregna tan profunda manera de vivir y pensar. Arrancar la raíz es perder el sentido, es debilitar el cimiento de la identidad nacional, y secar aún más las relaciones sociales que tanta necesidad tienen de símbolos de memoria. Tenemos que asumir las raíces cristianas de Francia, es más valorarlas, defendiendo la laicidad finalmente llegada a madurez. Hago un llamamiento a una laicidad positiva, es decir, una laicidad que velando por la libertad de pensamiento, de creer o no creer, no considera las religiones como un peligro, sino como una ventaja".
Respondiendo a una pregunta de los periodistas durante el vuelo Roma-París, el Papa dijo: "Me parece evidente que la laicidad no está en contradicción con la fe. Diría incluso que es un fruto de la fe, pues la fe cristiana era, desde el inicio, una religión universal, por tanto, no se identificaba con un Estado y estaba presente en todos los Estados".
Esperemos que la sinrazón no venza esta vez, y hagamos lo posible para ello.
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