domingo, noviembre 05, 2006

Un viajero en Argentina hace 100 años (II parte)


Un viajero en Argentina hace 100 años (II parte)

Por Pablo López Herrera (*)

“Porque de pronto, lo peor se convierte
en lo mejor para los bravos.”
Robert Browning, Prospice


En la primera parte de este artículo, veíamos como eran evidentes al ojo del viajero despierto de principios del siglo XX que algunas de nuestras costumbres políticas (**) no parecen depender de la situación histórica, puesto que existían ya en esos años de gran desarrollo, y continúan en mayor o menos grado en nuestros días.

Entre ellas la intromisión del gobierno central en la vida de las provincias, la manipulación de todo el sistema representativo, y particularmente el armado de tinglados electorales para condicionar los resultados, con la intención de que el gobernante que se cesa en el cargo influya sobre la elección del que viene. Mas abajo transcribo la traducción de algunos párrafos coloridos acerca de la mecánica de los comicios.

Hace una semana tuvimos un ejemplo en Misiones con todos los ingredientes de las malas artes políticas arraigadas en nuestros dirigentes y algunas de las buenas. Con sorpresa para muchos -entre los que me incluyo- el sentido común unido a la decencia y a los intereses políticos de los que están afuera y quieren entrar, dobló el brazo del poder e hizo respetar el principio de la no reelección ilimitada, pese un despliegue de dádivas en el que las famosas zapatillas de Ruckauf quedaron como regalos de Primera Comunión al lado del maná Kirchnerista sobre las clases necesitadas.

Este fin de semana, el Congreso de Evangelización de la Cultura que tuvo por tema “Los católicos en la Sociedad Civil y la Política” mostró también que se están abriendo nuevos caminos. En la medida en que los pobladores asuman el rol de ciudadanos, hay motivos para la esperanza. Queda mucho trabajo por delante para los hombres y mujeres de buena voluntad.

Del contraste del texto que acompaño con la realidad de nuestro tiempo, me surgen dos reflexiones. La primera es que con movilización y control de los comicios, es posible doblegar la manipulación electoral. No es poco. La segunda es que el enquistamiento en las estructuras municipales, provinciales y nacionales de los aparatos políticos va a ser mucho mas difícil de erradicar, habida cuenta de las dimensiones del problema y de los “derechos adquiridos” de todos los que integran el aparato estatal por la sola razón de su militancia y con el solo objeto de la financiación de los aparatos con el dinero de los contribuyentes.

He aquí la traducción de los párrafos mencionados, que nos muestran que en algunas cosas hemos mejorado:

“... las elecciones tienen lugar. Los electores inscriptos eligen con el modo de escrutinio llamado universal los delegados presidenciales que, a su vez, elegirán al presidente de la republica. La lista de esos electores la hacen en la capital los comisarios de barrio. Después de haber buscado a domicilio a todos los ciudadanos susceptibles de votar, les dejan un boletín que les permitirá retirar en la municipalidad su carnet de voto. De hecho, sobre 100.000 individuos que llenan las condiciones para ser electores, 70.000 apenas vendrán a buscar su carnet, 35.000 votarán, y de estos últimos, 10.000 a 15.000 lo harán según sus preferencias; el resto venderá su voto.

La semana que precede a la elección, los agentes de los partidos activan la propaganda, van a las casas en las ciudades, arengan a los peones y capataces en el campo. Llega el día de la elección. El escrutinio se realiza en el atrio de las iglesias. Por cada 200 electores inscriptos se organiza una mesa, compuesta generalmente por los amigos del o de los candidatos. Los “electores” aparecen, teniendo en la mano su boletín, reconocible por su formato o por un signo cualquiera conocido por los que realizan el escrutinio, que van enviando cada veinte minutos a la mesa central de la parroquia la evaluación de los votos a favor de sus candidatos. Los anotan en un pizarrón, mintiendo naturalmente, sobretodo al principio, para dar ánimo a los dubitativos.

A partir del medio día, aparecen los vendedores de votos y discuten las ofertas
-Somos treinta. ¿Cuánto nos da?
-Veinte piastras, si las quiere. Estamos contentos con los votos que tenemos y no necesitamos los suyos. Pero como son amigos, les ofrezco veinte centavos
-¡Veinte piastras! ¿Nos toma por indios?

Los vendedores se van al partido adversario, con la esperanza de una mejor oferta.

Si el adversario no se deja persuadir, vuelven al primero y vuelven a negociar. (...) Hacia las tres y media, media hora antes del cierre de los comicios, los precios suben. Se paga un voto 50, 60 u 80 piastras; ¡a veces la cotización llega hasta 150 a 200 piastras!

En tiempos de escrutinio uninominal, se vio candidatos amenazados por los resultados inminentes que ya habían gastado 30.000 piastras, mandar agentes por todos lados durante la última hora para recolectar a cualquier precio los votos faltantes. Prefiriendo pagar 10.000 piastras mas para no perder los 30.000 ya gastados.

Ese día, todos los carruajes y automóviles de alquiler, y los coches de los amigos de los candidatos son requisados porque muchos de los que venden su voto, exigen además, para ir a votar, el auto que los hará pasear con su familia, mujer e hijos. Como es la única oportunidad que tienen para subir a un auto, aprovechan. Saliendo del escrutinio, van a las carreras, donde – en la ultima elección- se verificó un aumento significativo de las apuestas.

De una punta a la otra del país, que se trate de la elección de un diputado provincial, o de los electores, la venalidad de los sufragios es la misma. (...)

En el atrio de la iglesia, enrejado, seis mesas en las que los escrutadores inscribían el nombre de los votantes que se presentaban. Estos llegaban en filas, conducidos por un agente del candidato oficial. Cerca del atrio, un soldado se acercaba, los palpaba de armas y los dejaba avanzar hasta la mesa. Allí uno de los escrutadores tomaba el boletín, lo desplegaba fríamente y lo introducía en la urna. (...) Habiendo entregado el boletín, los votantes esperaban que un agente les entregara las botellas de ginebra alineadas en las mesas, y salían en fila, tomando del pico, y en su mayoría balanceándose, se dirigían hacia un lugar en la plaza donde se juntaban los votantes. (...) Como el candidato había comprado muchas libretas cuyos titulares estaban ausentes o muertos, y era necesario utilizar esos votos, los mismos individuos volvían varias veces al atrio, sin olvidar a cada vez de reclamar su anís o su ginebra. Nos quedábamos mirando con interés ese espectáculo, viéndolos volver cada vez más borrachos. Éramos los únicos. La gente del país, soldados, escrutadores, y el mismo cura que estaba allí encontraban eso tan natural que ni se daban cuenta. (...)

Así viciadas en el origen, las elecciones no expresan la voluntad de la nación. Las consecuencias de esas costumbres políticas no escapan a los argentinos clarividentes. Lo más grave es el completo desinterés de las masas respecto de los intereses del país, la muerte de todo sentimiento cívico, o por lo menos la imposibilidad de que este nazca.

Es además la plaga de los funcionarios públicos. Tanta gente se ocupa de la política y de las elecciones que, terminada la campaña, es necesario encontrar una sinecura para recompensar los servicios prestados. Esos perezosos hambrientos e inútiles, gravan considerablemente el presupuesto de ciudades, provincias y del estado nacional. (...) A nadie le importa la competencia de los funcionarios.

En Corrientes, por ejemplo, se nombró como profesor de francés a un agente electoral que solo conoce el guaraní y un poco de español. Hay que resaltar que en esos casos, los nombramientos se envían en blanco para ser otorgados a esos prestadores de servicios políticos. En síntesis, hay que darle una renta al lingüista...”

(*) Miembro del Consejo Consultivo de Atlas-1853
(**)El escritor, un viajero que ya había escrito dos libros sobre los Estados Unidos, cuatro sobre Alemania y dos mas sobre nuestro país, escribe en “En Argentina. De la Plata a la cordillera de los Andes. Jules Huret. Eugene Fasquelle, editor, Paris 1913.”
(***) “piastres”en el texto original

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