domingo, octubre 08, 2006

Amnistia, por Facundo Zuviria, 1854

AMNISTIA

SU IMPORTANCIA Y NECESIDAD

POR

FACUNDO ZUVIRIAPARANA, JULIO DE 1854


Próximas a instalarse las primeras cámaras legislativas que la Confederación Argentina va a registrar en sus Anales en prueba de hallarse constituida y en pleno goce de la paz y orden constitucional que tanto han anhelado los pueblos; se dudaría de la verdad de tan consonante situación, si en el frontispicio de la nueva era que abre tan próspero acontecimiento, no se viese incrustada una palabra, que sola ella compendia las de constitución, paz, orden, unión, fraternidad, olvido de lo pasado, progreso social, fe viva en el progreso de la Patria. Una palabra que sola ella importa la realización y sello del gran Programa de Mayo de 810, de Mayo de 851: que ella sola y no otra inmortalizará la gloria de Caseros de que es su fruto, único capaz de indemnizar los sacrificios que se hicieron para conquistarla. Única palabra en fin, que hallara eco en el corazón lacerado de todos los Argentinos, de todos los hombres ilustrados y sensibles del mundo, sean cuales fueren, su Patria, sus creencias religiosas o sus opiniones.

Esa palabra tan simbólica en sus conceptos, como mágica en sus efectos, es la de Amnistía, comprensiva de mil felices ideas y generosos sentimientos: la única que acredita el imperio de la ley y no el de las pasiones, el de la opinión y no el de la fuerza; el estado de seguridad y orden en que se halla un Gobierno, y no el de oscilación, temor y duda sobre su propia existencia.

Esa palabra y no las de triunfo, victorias, fuerza o terror, es la única y verdadera solución del sangriento problema de las conmociones políticas, y de las guerras civiles; porque solo ella cierra la puerta a nuevas guerras, a nuevos peligros, a nuevos temores: solo ella tiene el poder de cambiar el odio en amor, el temor en confianza, las turbaciones civiles en apacible concordia; y cuando por la acritud de las pasiones individuales no produjese de pronto tan feliz cambio, prepara al menos los espíritus para obtenerlo con facilidad.

La amnistía aunque emanada del poder y de la fuerza a favor de la debilidad y la desgracia, no importa un perdón, un indulto que suponiendo en los amnistiados un crimen que ellos no reconocen, los humille y los abata; tampoco importa una gracia que no borra la criminalidad del hecho, ni la mancha de la condenación; que carece de poder retroactivo y solo evita el mal de la futura pena: que solo es a favor de la persona y no del delito, que permanece con toda su fealdad después de agraciado el delincuente.

No; la amnistía no es un perdón, un indulto ni una gracia; ni es en solo bien de unos individuos con independencia de la Sociedad. Es un acto que cubre con el velo de un eterno olvido los crímenes, los delitos, y los errores políticos de una masa de ciudadanos sean criminales, o equivocados en sus cálculos, de cuya clasificación se excusa la amnistía desde que no permite a los tribunales persecución alguna; que destruye el juicio, si es iniciado; queda en fin hasta abolida la inculpación, sea antes o después de aquel. Al contrario, la amnistía se remonta al hecho mismo que ha servido de objeto a la inculpación, y borrando sus efectos y consecuencias, destruye con el olvido toda criminalidad real o supuesta. Si no fuera así y subsistiera alguna penalidad, en vez de amnistía seria conmutación de pena, lo que es contrario a la esencia misma de la amnistía. De aquí resulta que la amnistía sobre el hecho político principal, comprende los hechos o delitos accesorios cuya criminalidad destruye; que aprovechando a los autores principales, aprovecha y comprende a los cómplices; a diferencia de la gracia o del indulto que se limita al delito y persona en cuyo favor se otorga.

Algo más; ante los ojos de la ley, el amnistiado es tan puro e inocente como si jamás hubiera delinquido; razón por la que, cuando la amnistía es concedida sin condiciones como debe ser para que sea provechosa, excluye hasta la intervención pública de la policía y no reconoce categorías entre los amnistiados, como no las hay entre los inocentes. Esto es amnistía, a diferencia de la gracia, perdón o indulto siempre sujetos a condiciones y restricciones sobre el delito y los delincuentes.

En sentido jurídico, tampoco la amnistía es un acto de pura generosidad o humanidad, sino una medida de alta política, superior e independiente de la justicia ordinaria y de las leyes comunes; porque a manera de tratado publico es demandada por el interés de la Sociedad y no de una fracción de ella. Pero; no es mi ánimo elevar a tanta altura el valor de la amnistía, ni excluir de su confección, la generosidad, la humanidad ni otras consolantes virtudes que den a los Pueblos, a los Gobiernos, y a los individuos, los mismos felices resultados. Si el verdadero secreto de la política está en sentir cada uno las injusticias cometidas con otros y el de la moral, en esa simpatía misteriosa que hace sentir a uno el dolor que sufren los demás; poco importa que la política o la moral sea anterior al bien que se apetece: lo que importa es, que el bien sea hecho; que se alivie la desgracia, que termine el infortunio.

La amnistía, antes que gracia indulto o perdón, es un tratado honroso entre dos partidos beligerantes, que aun cuando sea entre el vencedor y el vencido, el poderoso y el débil, el feliz y el desgraciado, no pierde su calidad de tal, porque envuelve el concepto de la común utilidad, del común interés entre el que la concede y (el que) la acepta.

Cuando no fuere así, “la clemencia ha dicho Montesquieu, es seguida de tanto amor y tanta gloria, que casi siempre es una felicidad para los que mandan, tener ocasión de ejercerla.” Si esto es cierto, de la clemencia que solo se ejerce con pocos individuos reconocidos y declarados delincuentes por la ley, ¿qué no podrá decirse de la amnistía que se dirige a una masa de ciudadanos de todas clases, edades, sexos y condiciones, a quienes no se ha juzgado? ¿De cuánta gloria no será para un Gobierno poder remediar con una sola palabra todas las injusticias que envuelve una revolución o una proscripción en masa?

Si a todo gobierno le conviene entrar con fama de clemente, esta conveniencia pasa a deber en los Gobiernos populares y representativos, y mucho mas en los que naciendo del seno de las tempestades han debido conocer por propia experiencia, que quizá nunca han marchado por su voluntad sino a merced de las olas, que a unos ha conducido a una amena playa, a otros ha estrellado en las rocas y a muchos ha sepultado en los abismos; pero a todos, los ha llevado donde no han pensado ni quizá querido ir. Esta sola idea debiera hacer mas humanos a los mas felices, mas tolerantes e indulgentes con los que se embarcaron en el mismo buque, aun cuando en alta mar la tempestad los haya separado y repartidoles distinta suerte: Por que ¿quién es aquel tan vano que puede decir, que en revolución se ha marchado por donde se ha querido y no por donde lo han llevado los acontecimientos movidos por causas extrañas a su voluntad y aun ajenas de su conocimiento y previsión? ¿Quién, el que ha sabido ni podido detenerse en el punto que marcó al principio de su carrera?

Si pues esto es así, y de ello hay una convicción general, esta debiera bastar para hacer mas generosos y humanos a los partidos victoriosos: para disculpar a los vencidos que en las guerras civiles solo tienen un delito, “el de haber perdido: ” delito con el que habrían sido oprimidos los vencedores sin el auxilio de la fortuna o de la fuerza independiente de la justicia o injusticia de una causa, por mas que a estas se quiera siempre atribuir el éxito de las guerras civiles: Omnia prona victoribus, atque cademvietis adversa, decía Tácito en Agrícola. Dominado de estas ideas y de las que emitiré en el curso de este ligero escrito, y sobre todo, conducido por el honor del Gobierno, por el interés de los Pueblos, por la gloria de las cámaras legislativas, por el consuelo y alivio de los desgraciados, por la consolidación y orden publico en la Confederación Argentina; me he resuelto a anticipar mis ideas sobre la necesidad, y conveniencia de que las cámaras legislativas abran sus Augustas sesiones con una ley de amnistía que honre su legislación, que revele su popularidad, y acredite a los Pueblos, que su garantía, la del Gobierno Constitucional y la de la misma Constitución, mas está en el poder de la ley y de la publica opinión, que en el de la fuerza ni el de las bayonetas que falsean aquellos elementos sociales. Una ley de amnistía, leal, sincera, noble, generosa, completa, y sin otras condiciones que las de la ley común, para que en vez de amnistía no sea la copa de Tasso, ni parezca una conmutación de pena que destruya su objeto y favorables efectos – una ley en fin, que sirva de aguas de Leteo sobre todos los errores políticos, y no deje de ellos otro recuerdo que el necesario a evitar el retorno de los males que haya curado.

Antes de entrar en materia, no desconozco que las pasiones de muchos no hallaran tan justa, necesaria ni oportuna la ley que indico. Sobre esta precedente convicción, paso a ocuparme de justificarla aun ante esos hombres apasionados que creen honrar sus odios, sus temores y sus venganzas con los sagrados nombres de interés de la Patria, Orden publico y Seguridad del Estado. A esos hombres que con máximas inhumanas quieren reemplazar su falta de luces y de recursos generosos, es que a quienes con especialidad me dirijo en el presente escrito. Me felicitaré, si logro convencerlos: si no lo consigo porque sus pasiones sean mas elocuentes que los intereses de la justicia y de la humanidad- ilustraré al menos al pueblo, que seducido muchas veces por las sugestiones e intereses de otros, aplaude o se muestra indiferente a la persecución y desgracia de hombres que no conoce; al castigo de acciones que no es capaz de valorar, o que quizá ni se ha ocupado de examinar con la lente de la ley y menos con la de la moral y filosofía.

Si es cierto que al solo nombré de Amnistía se dilata el corazón de todo hombre virtuoso y sensible; también lo es que se irrita el de esos seres desgraciados que viven y se alimentan de los males ajenos; que atizan los enconos y se llaman los vengadores de la cosa pública, cuando en verdad no son sino los herederos de los sangrientos despojos que dejan tras de si la discordia y guerra civil. Pero ni los hombres virtuosos y menos los Gobiernos justos y fuertes con el poder de la ley y de la opinión, pueden escuchar otros consejos que los de la misma justicia, los de la misma ley y los de la generosidad inherente al poder y al valor.

Si alguna vez el interés de la Patria demanda medidas vigorosas contra los que obstan a su seguridad, y a la consolidación de nacientes instituciones; esas medidas llevan el carácter de injustas y crueles desde que la estabilidad del orden publico no solo haga innecesaria su continuación, sino que reclame su cese como la mayor prueba de que ese orden publico esta afianzado en la opinión y en la ley y no podrá ser conmovido por los intereses de una decena o centena de desgraciados, que si alguna vez pudieron dañar a la causa pública quizá no fue por que su influencia alcance a tanto, sino por que auxiliados de circunstancias que ellos no crearon, ellas los arrastraron a hechos que quizá detestaban en su corazón. Cambiadas tales circunstancias y afianzado el orden al amparo de la ley, de las instituciones y de la publica opinión, ni ellos pensarán en alterarlo, ni podrán hacerlo privados de aquel auxiliar.

También es probable que su voluntad no los conduzca a donde antes los arrastraron acontecimientos en cuya confección no tuvieron parte alguna; porque es preciso convenir en que los delitos políticos rara vez o nunca son el resultado de la corrupción de pocos individuos, sino de la corrupción del tiempo y de la Sociedad, de las ideas dominantes, de los falsos principios, cuyo origen quizá se remonta a la generación que ya pasó como las úlceras de un niño inocente son los retoños de un padre culpable. Quizá también son el resultado de la ignorancia general y de sucesos antiguos que prepararon los nuevos y en que los envolvió el torbellino de la revolución.

Los delitos políticos a diferencia de los civiles e individuales, rara vez nacen de propio movimiento de un moderno escritor; los estímulos casi siempre son excéntricos al individuo que los comete: son las consecuencias de las dudas e incertidumbres que traen las épocas de transición política; son a manera de aquellos males que afectan a muchos individuos en el cambio de las estaciones o en el tránsito de una edad a otra.

Y a fe que tiene mucha razón; pues que si nos propusiésemos examinar la causa de esos delitos políticos, antes que hallarla en la corrupción del corazón o en la perversidad de la voluntad, nos convenceríamos que la mayor parte de esos reputados delincuentes, o no los son porque todavía nadie ha definido ni clasificado bien los delitos políticos, o fueron arrastrados a ellos por equivocaciones de cálculo, por errores de opinión, por un torrente al parecer Nacional, por ignorancia de los hechos; por imprevisión de sus consecuencias, por debilidad de carácter, por excesiva condescendencia, y gratitud a un bienhechor, por extrema necesidad cuya voz es mas imperiosa que la de un trueno, y no pocas veces por respeto a vínculos de familia a que no es fácil resistir.

Si examinamos con mas filosofía y humanidad el origen de esos delitos reales o supuestos, descubriríamos, que muchas veces los hombres son arrastrados a ellos por una palabra indiscreta o equívoca, por un ligero compromiso del que ya cuesta retroceder, por una imprudente ofensa al amor propio, por una relación sospechosa aunque inocente, o por esa imperceptible cadena de desgracias sucesivas y enlazadas que por medios desconocidos a nuestra débil razón sepultan muchas veces al mas virtuoso en un abismo de infortunios.

Si pues fuera grave delito ceder al impulso de tantas circunstancias, de motivos tan poderosos y de acontecimientos tan extraños ¿qué pocos quedarían inocentes en épocas de revolución en que son tan raros los que mas o menos no hayan sido victimas del vértigo general? ¿Cuántas veces una calumnia, una sospecha, un desaire real o supuesto, un descuido o una ligera desconfianza, bastan para convertir en enemigo de un Gobierno o de una causa al mas comprometido en su favor y sostén? ¿Cuántas veces la exclusión o reserva de un circulo político hacia uno o muchos individuos los arrastra a asociarse al partido o circulo contrario que los busca y los acoge? Con razón ha dicho Thiers “que en revolución los hombres acaban por aceptar la opinión que se les atribuye.” De aquí, el principio de compromisos y aun crímenes a los que los precipita una causa sencilla que los coloco en la pendiente del mal o de la causa que había de ser desgraciada por la caída o la derrota, quizá sin otro crimen que el Vae victis, ¡ay de los vencidos!

No desconozco, que nada de lo dicho obsta a que en seguridad de la Patria o de un orden ya establecido, se reprima y castigue a los perturbadores del orden político, porque la Sociedad en sus juicios no puede sondear las intenciones de los que la dañan, sino evitar el mal por los medios a los que la autoriza su propia conservación. Justo es pues que se castigue o aleje de una sociedad a los que la dañen. Pero también lo es, que cesando el peligro, cesen las medidas que dictó, porque la sola continuación de estas, importaría la de una gran parte de los males que se pretende evitar. Si el castigo es justo cuando aprovecha al individuo o a la Sociedad, Deja de serlo, cuando en vez de provecho causa mal, y lo causa, en el acto que deja de ser necesario.

Sancionada y aceptada la constitución de la Republica, instalado el gobierno que ella ha criado, obedecido y respetado por todas las Provincias de la Confederación; parece que nada hay que temer de los que en otras circunstancias y al abrigo de ellas pudieran atacar su existencia o promover alteraciones políticas de que ellos mismos han sido la primera víctima.

Si pues, nada hay que temer, la amnistía es una ley de justicia reclamada por el honor e interés de la misma Sociedad. Toda pena solo es justificada por la necesidad, y la proscripción no es necesaria desde que a las conmociones políticas, haya sucedido el imperio de la ley en reemplazo del inconstante de las circunstancias. “Constitución, régimen constitucional, gobierno constitucional, imperio de la ley,” y a su lado prescripciones en masa, destierros y confiscaciones sin juicio, son un contra sentido, un sarcasmo en política, y en legislación carecen de nombre, si no es el de profanación de los primeros.

Las proscripciones, los destierros, las confiscaciones, no son sino monumentos de los desórdenes pasados, horribles recuerdos de catástrofes anteriores; lavas y piedras calcinadas que recuerdan con horror el volcán que las vomitó. – Producto de causas puramente políticas y de circunstancias transitorias, nunca pueden estimarse si no como medidas de transición. – Desde que no tengan otro carácter que el de tales, deben terminar con aquellas, pena de anular todo el valor de las palabras. “Constitución, Régimen Constitucional, Poderes Constituidos,” y demás armazón de un sistema representativo.

La continuación de toda medida, indica la de la causa que la dictó, y en el orden político; este es un mal que debe evitarse sino se quiere confesar la continuación de las causas que lo produjeron. Todo se evita por una ley de amnistía. “Cuando la pena, dice Benthan, causa mas mal que bien como sucede después de las sediciones, conspiraciones y desordenes públicos, el poder de perdonar no solo es útil sino necesario y reclamado por el interés de la misma Sociedad.”

Si pues, la paz interior de la Confederación se halla asegurada y el régimen constitucional establecido como lo acredita la próxima reunión de las Cámaras Legislativas; una ley de amnistía no puede ser retardada sin grave injusticia, sin detrimento de la causa publica y sin mengua de un gobierno fuerte por la ley y por la opinión de los pueblos que lo han proclamado. Paso a probar la verdad de estas aserciones.

Desde que un gobierno se titula el protector y garante de los derechos individuales, no puede sin grave injusticia prolongar por mucho tiempo los sufrimientos de nadie, que si alguna vez son necesarios a la causa publica, dejan de serlo desde que el genio con sus recursos y la política con los suyos, pueden suplir la necesidad de la desgracia individual. La Confederación Argentina creo que ya no necesita de la de nadie, ni de ver correr mas sangre ni mas lagrimas de sus infortunados hijos; y esto parece que basta para que por el imperio de una ley de amnistía, ponga término a todo inútil sufrimiento, haga cesar la tempestad que pudo legitimar las prescripciones y restablezca de lleno el orden publico, la tranquilidad publica, sin las que el imperio de las demás leyes, no será tan exclusivo como debiera ser.

“Los delitos políticos dice un celebre jurisconsulto, difieren mucho de los civiles” Estos como de mas fácil y frecuente ejecución por la abundancia de estímulos, medios y facilidad de cometerlos, hacen mas necesario el castigo para el escarmiento y la precaución; nacen del propio movimiento o de corrupción del individuo que los comete; pueden ser clasificados y castigados con la cantidad de pena que les designan las leyes. Las relaciones entre los individuos de una Sociedad no admiten variaciones, porque parten de un derecho inmutable, cual es el natural, y son la esencia de toda Sociedad: los hombres como tales y como ciudadanos deben respetarse en toda circunstancia, y respetar sus derechos naturales con independencia de tal o cual orden social. De aquí resulta que la violación de estos derechos siempre será un delito que deba ser castigado; y por fortuna, hay reglas y medidas exactas para su castigo, porque pueden avaluarse los motivos y las circunstancias que influyen en él.

No así los delitos políticos que carecen de regla y medida cierta para clasificarlos; que se agravan o disminuyen según las circunstancias y casuales combinaciones, que no pudiendo ser clasificadas, no han podido ser previstas ni prevenidas por las leyes, que siendo siempre cometidos por un gran numero de individuos, es difícil designar la parte que a cada uno corresponde en el delito y en la pena – que en tal clase de delitos, los capítulos de acusación y los delincuentes son tantos y tan varios, que solo por esta razón unos y otros suelen numerarse y pesarse a vista de ojo, lo que en materia criminal no es permitido, es cruel, es horrible. O sino dígase; en un trastorno político ¿quién es el que pueda hacer la suma de acusados y delincuentes? Castigar a todos, seria injusto, porque todo castigo que comprende a muchos alcanza a la inocencia y es reputado cruel; castigar a unos y no a otros, es una atroz injusticia, mucho mas si el castigo como sucede casi siempre, recae sobre la debilidad de los subalternos que obedecieron, al mismo tiempo que se respeta o se premia el crimen de las cabezas que mandaron. También es cierto que las unas veces se castiga por sospechas o antecedentes que quizá no tienen relación alguna con el crimen; pero ni las sospechas ni las adivinanzas pueden servir para los juicios y menos para el castigo.

Por estas y otras razones que se omite aducir, es que el castigo de los delitos políticos, se estima en una jurisprudencia filosófica, mas bien como una medida de seguridad y de precaución, un aviso, una amonestación, antes que una pena impuesta a los delincuentes. Siendo pues esto así, una ley general de amnistía no puede ser retardada sin grave injusticia.

Tampoco puede serlo sin detrimento de la causa pública; porque una ley de amnistía, es el exordio, o mas bien el sello de un régimen constitucional bien establecido; es un articulo inherente a la paz interior y exterior de los Estados. Esto es tan cierto que Watel dice: “que en los Tratados de Paz, aunque nada se hable de amnistía, es un articulo que se supone escrito por la naturaleza misma de la paz.”

Solo la amnistía, borra los anales sangrientos de las proscripciones y apaga las vibraciones que dejan tras de sí las convulsiones políticas; solo con ella se perfecciona la paz interior de un Estado dando fin a todos los motivos de discordia, haciendo ciudadanos útiles de enemigos irritados o cuando menos descontentos siempre perjudiciales al éxito de un régimen legal que debe reposar sobre la mayor suma de opinión pública; pues que solo el orgullo de los vencedores puede desconocer, que cada enemigo es un barreno que poco o mucho, tarde o temprano taladra el edificio social, rara vez muy sólido en Gobiernos populares: que cada oprimido, cada expatriado aspira a vengarse, y para hacerlo solo espera alguna de esas oportunidades, que de continuo ofrecen los nuevos Estados en que no hay un día parecido a su víspera; que los desterrados ni aun los muertos, nunca lo son del todo, porque viven sus parientes, sus amigos, los hombres compasivos, el Estado mismo que pasado el crimen se compadece de la desgracia: que a los delincuentes o partidos políticos caídos es mas fácil ganarlos que extinguirlos y ganarlos de cerca mas que destruirlos de lejos, puesto que a la distancia pueden usar en defensa y en ataque, de armas que no tendrían en el seno mismo de la Patria. Solo el orgullo de los vencedores cegados por el resplandor del triunfo, puede en fin desconocer, que nada desacredita tanto una causa política como conducirla a sus extremos, y que el extremo de toda causa política esta en la persecución y venganza sobre los caídos.

Si todo esto es cierto, no lo es menos, que los mas de los descontentos o expatriados, aun cuando al parecer callen y repriman sus quejas durante la opresión para no agravarla; no las extinguen, sino que las fermentan en su interior como los volcanes fermentan en su seno las materias inflamables hasta que llega el momento de la combinación química y de la fatal explosión.

También es cierto que aun cuando la mayoría de la nación parezca callada en vista de muchos desgraciados, no lo está ni puede estar, porque esa mayoría modesta y silenciosa no participa de la irritación que domina al partido vencedor cuya voz se clasifica de voz de la Nación. No es así; los descontentos, los desgraciados, los perseguidos elaboran en silencio la venganza, como todos los hombres sensibles condenan una inútil crueldad.

Quizá también los expatriados saben apresurar ese momento de explosión o de venganza mas que el celo de los Gobiernos (por) precaverlo: porque ocupados de una sola idea, fomentan el descontento en el interior de la Patria y atestiguan en el exterior, que el orden público esta vacilando en ella, desde que se teme que unos cuantos individuos desarmados y desnudos de poder, lo alteren o conmuevan, siendo así que menos fuerza y menos poder se necesita para juzgar al presente según la ley, que para contener al ausente condenado fuera de ella.

Colocados en el exterior a cubierto de todo ataque y fuera de los alcances de la ley patria; protegidos muchas veces por los Gobiernos vecinos que se complacen en el descrédito y riesgo de su vecino; los proscriptos minan la suya con mas poder que el que tuvieran en el seno de ella misma. Con falsas o exageradas noticias, con calumnias derramadas a torrentes, con maquinaciones y secretas inteligencias, procuran desacreditar al Gobierno que los persigue, atizando contra él, todos los combustibles que les ofrecen sus odios y venganzas asociados a los odios y venganzas extranjeras.

Sin duda que este es un crimen horrendo; pero es tan frecuente, que su frecuencia hace creer que tenga mucho de natural. No sería extraño; porque una larga expatriación es capaz por si sola de alterar los mas puros y nobles sentimientos del corazón. En ella los lazos domésticos y sociales se relajan; el amor, la amistad y los mas caros vínculos se hielan, y se acaba por ser extranjero y aun enemigo de su misma Patria, puesto que ella misma o su Gobierno que la Representa en sus actos, los rechaza de su seno, los persigue, los acrimina, los calumnia quizá, sin oírlos, sin juzgarlos y sin concederles otra licencia, otro derecho que el del silencio y la resignación con su suerte.

Ningún ciudadano mas virtuoso que Temistocles. Sin embargo, la obstinación con que le persiguió su ingrata Patria, lo arrastró a buscar la protección del Rey de Persia y a ofrecerle sus servicios en venganza de la misma que otra vez había salvado de las garras de este. Artaxerges le concedió el mas generoso asilo, y pidió a su Dios Arimanes que siempre inspirase a sus enemigos la idea de perder a sus mejores Generales. Quizá no haya muchos tan virtuosos como Temistocles, que llegado el caso de cumplir su oferta contra su Patria, prefirió suicidarse.

Es pues indudable, y entre nosotros confirmado por la experiencia, que una larga expatriación haciendo de ciudadanos útiles, enemigos encarnizados, es en detrimento de la causa pública, en ruina de las familias privadas de su cabeza o de sus principales apoyos; en perjuicio de la moral domestica y social, en ruina o atraso del comercio y en mengua del crédito de un Gobierno que debe aspirar a la mayor suma de felicidad para el país que preside.

¿Y no es esto lo que ha sucedido y sucede hace mas de cuarenta años en nuestra desgraciada Patria?

¿No es cierto que una gran parte, del resto de argentinos que ha salvado de la cuchilla fratricida, vaga errante en extranjera tierra mendigando un amargo pan, y arrastrando el descrédito y oprobio de nuestras luchas intestinas? ¿No es verdad, que viéndose en todo el Continente Americano las sucesivas oleadas de Argentinos que van a renovar las anteriores, han clasificado a nuestra querida Patria de “país clásico de la anarquía y del desorden” en reemplazo del de la gloria y de la libertad que antes se mereció? ¿No es cierto en fin, que a falta de emigración al Exterior, la mitad de nuestras Provincias está llena de emigrados de la otra mitad? Y esto después de Caseros, después de dada y jurada la Constitución, e instalado el primer Gobierno Constitucional que hacía la esperanza de la Patria? ¡Oh! ¡que desgracia; por no decir que vergüenza, que oprobio! Pero, sigamos.

Dije que era en mengua del Gobierno. Sí; es en mengua del Gobierno; porque el destierro de una gran masa de ciudadanos sin previa formación de causa ni sentencia legal, da idea de su injusticia, de su arbitrariedad, de su inconsistencia y debilidad y de que le falta el apoyo de la opinión, y de las leyes: y cuando nada de eso le faltare, da idea de crueldad y complacencia en inútiles padecimientos; porque aun suponiendo que los delitos políticos debieran seguir en el castigo aunque no sea en el juicio, el mismo orden que los civiles; crueldad sería no perdonarlos cuando no hay riesgo alguno en ello como creo sucede en el presente caso de hallarse constituido el país. “El rigor dice Montesquieu, se debe emplear con los violadores de las leyes civiles. Con los de las leyes políticas, la Clemencia asegura la paz del Estado. Hacia aquellos, la Clemencia es vecina de la injusticia o de la debilidad: en estos, es la virtud de las bellas almas.”

Los memorables y sabidos ejemplos de Pompeyo triunfando de Sertorio y el de César triunfando de aquel, no debieran borrarse de la memoria de los vencedores colocados en iguales circunstancias. Tampoco debieran olvidar, que desde la mas remota antigüedad en que aun no había sonado la voz del cristianismo predicando caridad, humanidad; la amnistía u olvido general de los delitos políticos, fue estimada como un poderoso medio de pacificación, como el único bálsamo de los males causados por las turbaciones políticas y guerras civiles; y como el mejor garante de la victoria, dando tranquilidad a los vencedores y vencidos.

Con este objeto y a solicitud de Thrasybulo la concedió el Pueblo Ateniense después de la destrucción de los treinta tiranos. Con el mismo, e invocando este ejemplo, la propuso Cicerón al Pueblo Romano en los últimos días de la Republica. Con el mismo, el gran Enrique IV entró a Paris al grito de perdón, olvido general. En la historia de la Europa, y en especial la de la Francia desde el año 1413 hasta 830, hallamos mil amnistías concedidas por los partidos victoriosos. Iguales ejemplos ofrecen los Estados americanos en sus guerras civiles. ¿Y el nuestro? ¡Ah! No son muchos, ni ha tenido muchos días de paz en que concederla. Por lo mismo, se debe aprovechar de la presente que nos ofrece nuestra situación para dictar la que se reclama.

Solo los gobiernos mediocres o débiles sin conciencia de su poder, pueden complacerse en inútiles padecimientos de los ciudadanos y no buscar una virtud que reconcilie la justicia con la humanidad, la seguridad individual con la publica, la generosidad con la paz y el orden y que ahorre a la Patria una interminable cadena de sangrientas reacciones.

Si el Gobierno de la Confederación se cree fuerte por la opinión y la ley, no debe tardar por mas tiempo en realizar las consolantes palabras de paz, unión, olvido y fraternidad que formaron el Programa de Mayo de 851 y que fueron repetidas en los vítores de Caseros.

Debe algo mas; debe hacer que estas palabras sean repetidas y observadas, por todos los ciudadanos amantes de la Patria y del Gobierno Nacional; porque nada importa que este sea humano y generoso, si los partidos vencedores en las luchas intestinas no los son y hacen pesar sobre los vencidos todos los sangrientos abusos de las sangrientas victorias. ¿Qué importa que el Gobierno Nacional no conozca proscriptos, ni los haya por el, si los hay en algunas Provincias, cuyos hijos vagan por otras y aun en el extranjero, desmintiendo en sus personas, el imperio del régimen constitucional en la Republica? Vigente la Constitución y al frente de las autoridades Nacionales, ningún Argentino debiera estar privado de su libertad, seguridad, propiedad y demás derechos sociales sin previo juicio y sentencia legal por los tribunales competentes. Menos debieran estarlo, de volver a su Patria y al hogar doméstico, resumen de sus mejores derechos. ¿Y donde esta el juicio ni la sentencia legal que priva de los suyos a esos ciudadanos, que mas que su propia desgracia, arrastran el descrédito de su Patria en el exterior, el desmentido de la Constitución en el interior? O esta se halla vigente, o no lo está. Si lo primero, cúmplase y hágase cumplir por quienes corresponde. Si lo segundo, dígase claro para que cada Argentino sepa a que atenerse. Vigente la Constitución, establecidas las Autoridades Nacionales; estas, como primer garante de la paz interior y exterior de la Confederación, sabrán dictar medidas que la aseguren contra los impotentes esfuerzos de los que intenten alterarla: la ley tiene mas poder que la arbitrariedad, la justicia mas que la venganza, el patriotismo mas que la ambición, el egoísmo y otras pasiones desorganizadoras. La ley reconoce por inocentes a quienes no ha declarado culpables, y la Ley Nacional no ha declarado tales a esos Argentinos que arrastran fuera de su hogar la marca del proscripto. Si pues los considera inocentes, pueden volver a su Patria, a su hogar, bajo el amparo de la ley general y en especial la de la Amnistía que aleja todo temor, toda desconfianza.

Dictada dicha ley, el Gobierno Nacional debe llamar a los que seducidos por el error, la ignorancia o las pasiones de la época, se desviaron del deber y del orden, o lo que es mas cierto, no combinaron sus opiniones con las de aquellos que la justicia o la fortuna predestinaba a la victoria. Debe llamar a todos a vivir bajo el amparo de las mismas instituciones, a cuyo establecimiento se opusieron; pero no por esto, deben estar privados de los bienes que ellas ofrecen a todos los ciudadanos, y aun extranjeros.

Debe llamar a todos los Argentinos que con el nombre de proscriptos, pueblan el exterior y aun los desiertos, de donde quiera el Cielo, que algún día no vuelvan conduciendo a los salvajes disciplinados por ellos, a arrasar a su Patria, como los proscriptos y tránsfugas del Imperio Romano condujeron y disciplinaron a las hordas del Norte que lo invadieron, talaron y dominaron.

Debe en fin hacer que la Amnistía conceda la ley, obligando a todos los ciudadanos, y que todos la respeten, para evitar que las venganzas particulares sean imputadas al Gobierno y no al refractario que las cometa. Solo de este modo, le ley de amnistía llenará su objeto a favor de los Pueblos y de los Gobiernos. Solo de este modo, cesarán las desgracias de nuestra Patria al parecer condenada a la pena de Sísifo por haber revelado un secreto de Júpiter. Solo en fin de este modo, el Gobierno ganará la confianza y el amor de todos los ciudadanos, sean cuales fueren las opiniones que los dividan.

Preguntado Trajano dice Plinio, como había logrado hacerse amar tanto de todos los ciudadanos, respondió “perdonando a todos los que me han ofendido, no olvidando a los que me han servido, no aborreciendo a nadie, porque el que manda debe estar exento de odio para no dejarse arrastrar por la ira, que es un mal sin limites en medio de un poder que no los tiene” “Tuvo amigos, continua Plinio, porque sabia amar; daba oídos a la verdad, porque él era sincero; no lo engañaban, porque el no engañaba, y Príncipe a quien engañan, es porque el ha engañado antes.” ¡Oh y cuán cierto es, que la moral en los Gobiernos es la única sana política para el régimen de los Estados!

Todo lo dicho hasta aquí importa la ley de amnistía que la justicia, la humanidad, el decoro y el interés de la Patria reclaman de sus RR. A la apertura de sus primeras cámaras legislativas. Esa sola palabra pronunciada por ellas y repetida por el Ejecutivo Nacional cuyo Gefe la pronunció el primero en los campos de Caseros, bastará a restañar heridas abiertas en cuarenta años de desgracias y lavarnos de manchas que ellas han dejado sobre nuestro carácter en el concepto de los testigos de nuestras guerras fratricidas.

Pero; si es justo que el Gobierno y los partidos victoriosos corran un velo sobre desgracias y desórdenes pasados; aun los es mas que lo corran los autores o victimas de ellos: que olviden sufrimientos que ellos mismos o las circunstancias les atrajeron; que olviden las ofensas que quizá hayan sido reacciones de las suyas como sucede en los partidos políticos; por que, si el olvido no es recíproco, si la venganza aun hierve en sus corazones, seguirá un sistema de represalias funesto para los que lo provoquen. En este caso, la amnistía refluirá en perjuicio de los que la violen y el bálsamo se convertirá en mortal veneno; porque corruptio optimi pessima.

Pero, lejos de todos tan desconsolante idea. En la soledad del destierro, en el silencio de la ambición y demás pasiones políticas y cuando el yugo de la desgracia ha pesado largo tiempo sobre el hombre; la virtud suele hacerse escuchar en bien del individuo y de la Sociedad. Ella le recuerda sus errores, sus faltas o sus crímenes: y aunque el amor propio no le permita confesarlos ni adjudicarlos todas sus legitimas consecuencias; sin embargo el hombre no desconoce porque su conciencia se lo dice, “que de todas o de la mayor parte de sus desgracias, el es su exclusivo autor” y esta sola idea llega a hacerlo indulgente con los que le han causado otras, quizá en reacción de las que el ocasionó a los mismos.

Los hombres en el infortunio se hallan tanto mas dispuestos a la indulgencia, cuanto que es propio de la desgracia calmar la fuerza de nuestras pasiones y domar la impetuosidad de nuestro carácter. Distantes de la sociedad que formaba su cortejo y alimentaba su orgullo, su ambición o vanidad; excéntricos a la en que los ha colocado el destierro, y llevando en su frente la marca del infortunio que confunde al inocente con el culpable, al reo de opinión con el reo de hechos; se disipan mil ilusiones contraídas en épocas mas felices y en círculos que les pertenecían por vínculos mas estrechos y lisonjeros. Al prisma de la desgracia que no engaña, todo se discierne con claridad y exactitud. Los hombres, las cosas, las opiniones, todo se ve como es en sí, y desnudo del barniz con que nuestras pasiones saben cubrir los objetos que les interesan.

Pero si por desgracia vuelven al país natal, al hogar domestico, dominados por los mismos odios y venganzas con que se alejaron de él; suyas y no de la ley serán las amargas consecuencias que vuelvan a pesar sobre su tenacidad e imprudente capricho: suya será la culpa si la ley de amnistía tiene que convertirse en ley de rigor y exterminio contra los que la violen.

Pero ya no es de temer tanta desgracia en nuestra infortunada Patria. Quizá por primera vez domina en tos los pueblos un espíritu de paz y vehemente anhelo por la organización nacional y el suave imperio de la ley en reemplazo del de la fuerza que nos ha oprimido por tantos años.

No terminaré este escrito sin vindicar a las Autoridades Nacionales de la aparente nota que podía recaer sobre ellas por la falta de una ley de amnistía dictada por el Congreso General Constituyente o por el Gobierno Constitucional en su instalación.

El Congreso General Constituyente la dictó bien explícita en la liberal Constitución que sancionó y presentó a los pueblos para su aceptación y solemne juramento. Tampoco le constaba oficialmente de prescripciones que llevasen carácter nacional, cuyo remedio fuese del poder constituyente al que estaban limitadas sus augustas funciones.

Menos podía emanar del Gobierno Constitucional instalado en Marzo de cuya atribución no es dictar leyes sino Decretos para el cumplimiento de las que dictare el poder competente. El ejecutivo nacional puede conceder gracia, perdón, o indulto en los casos que la ley le concede esta atribución; mas no dictar una ley de amnistía privativa ahora de las Cámaras Constitucionales próximas a instalarse. A ellas se la pide el pueblo Argentino en el interés de la Patria y honor del Gobierno; se la pide en nombre de la desgracia y de la humanidad interesada en el alivio de todo el que la padece: se la pide en fin cual se la aconseja su alta sabiduría. ¡Feliz de mi si alguna de las ideas emitidas en este escrito asociada a la voz de aquella, concurre a mejorar la suerte del ultimo de mis compatriotas, del último de mis semejantes!

Paraná, Julio 19 de 1854
Facundo Zuviría

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